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T. S.  Eliot
East Coker, V,  Four Quartets

 

                                    V

So here I am, in the middle way, having had twenty years—

Twenty years largely wasted, the years of

l'entre deux guerres

Trying to use words, and every attempt

Is a wholly new start, and a different kind of failure

Because one has only learnt

to get the better of words

For the thing one no longer has to say, or the way in which

One is no longer disposed to say it. And so each venture

Is a new beginning, a raid on the inarticulate

With shabby equipment always deteriorating

In the general mess of imprecision of feeling,

Undisciplined squads of emotion. And what there is to conquer

By strength and submission, has already been discovered

Once or twice, or several times, by men whom one cannot hope

To emulate—but there is no competition—

There is only the fight to recover what has been lost

And found and lost again and again: and now, under conditions

That seem unpropitious. But perhaps neither gain nor loss.

For us, there is only the trying. The rest is not our business.

 

Home is where one starts from. As we grow older

The world becomes stranger, the pattern more complicated

Of dead and living. Not the intense moment

Isolated, with no before and after,

But a lifetime burning in every moment

And not the lifetime of one man only

But of old stones

that cannot be deciphered.

There is a time for the evening under starlight,

 

 

A time for the evening under lamplight

(The evening with the photograph album).

Love is most nearly itself

When here and now cease to matter.

Old men ought to be explorers

Here or there does not matter

We must be still and still moving

Into another intensity

For a further union, a deeper communion

Through the dark cold and the empty desolation,

The wave cry, the wind cry, the vast waters

Of the petrel and the porpoise. In my end

is my beginning.

 
 
East Coker, V, de Cuatre Cuartetos

 

                 V

 

Aquí estoy, pues, en medio del camino,

después de haber pasado veinte años

-veinte años casi perdidos, los de entreguerras-

intentando aprender a utilizar las palabras;

y es cada intento un comienzo totalmente nuevo

y un fracaso de orden completamente distinto

porque sólo se aprende a dominar las palabras

para decir lo que uno ya no quiere decir

o para decirlo como a uno no le gusta

ya decirlo. Así cada empresa es comenzar

de nuevo; una incursión en lo inarticulado

con mísero equipo que sin cesar

se deteriora en el desarreglo general

del sentimiento impreciso: indisciplinadas

patrullas de la emoción. Y aquello que se trata

de conquistar por la fuerza y el sometimiento

ya lo han descubierto en una o dos, o en varias ocasiones,

hombres que uno no puede aspirar a emular;

pero no hay competencia, sólo existe

la lucha por recuperar lo que se ha perdido

y encontrado y vuelto a perder mil veces; y ahora

de nuevo en circunstancias que parecen adversas.

Pero tal vez no haya ni pérdida ni ganancia.

Para nosotros no hay sino el intento.

Lo restante no es de nuestra incumbencia.

 

El hogar es el punto del que partimos. Vuélvese

más extraño el mundo a medida que envejecemos,

más complicada la trama de muertos y vivos.

No el vívido instante aislado sin después ni antes,

sino el arder constante de una vida,

y no la sola vida de un hombre, sino de viejas

piedras que nadie sabe descifrar. Hay un tiempo

para la noche bajo la luz de las estrellas

 

y un tiempo para la noche a la luz de la lámpara

(noche del álbum de fotografías).

Es más él mismo el amor cuando aquí

y ahora dejan de importar.

Los viejos deberían ser exploradores,

ahora y aquí no importan,

debemos quedarnos quietos

y movernos hacia otra intensidad

para lograr mayor unión, una comunión más profunda

en la fría desolación oscura,

entre los gritos del viento y la ola, en las aguas inmensas

del petrel y la mariposa. En mi fin

está mi principio.

 

 

 

 

 
 
 
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