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                       VI

Descendamos al seno de la Tierra,

dejemos los imperios de la Luz;

el golpe y el furor de los dolores

son la alegre señal de la partida.

Veloces, en angosta embarcación,

a la orilla del Cielo llegaremos.

 

Loada sea la Noche eterna;

sea loado el Sueño sin fin.

El día, con su Sol, nos calentó,

una larga aflicción nos marchitó.

Dejó ya de atraernos lo lejano,

queremos ir a la casa del Padre.

 

¿Qué haremos, pues, en este mundo,

llenos de Amor y de fidelidad?

El hombre abandonó todo lo viejo;

ahora va a estar solo y afligido.

Quien amó con piedad el mundo pasado

no sabrá ya qué hacer en este mundo.

 

Los tiempos en que aún nuestros sentidos

ardían luminosos como llamas;

los tiempos en que el hombre conocía

el rostro y la mano de su padre;

en que algunos, sencillos y profundos,

conservaban la impronta de la Imagen.

 

Los tiempos en que aún, ricos en flores,

resplandecían antiguos linajes;

los tiempos en que niños, por el Cielo,

buscaban los tormentos y la muerte;

y aunque reinara también la alegría,

algún corazón se rompía de Amor.

 

Tiempos en que, en ardor de juventud,

el mismo Dios se revelaba al hombre

y consagraba con Amor y arrojo

su dulce vida a una temprana muerte,

sin rechazar angustias y dolores,

tan sólo por estar a nuestro lado.

 

Medrosos y nostálgicos los vemos,

velados por las sombras de la Noche;

jamás en este mundo temporal

se calmará la sed que nos abrasa.

Debemos regresar a nuestra patria,

allí encontraremos este bendito tiempo.

 

¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?

Los amados descansan hace tiempo.

En su tumba termina nuestra vida;

miedo y dolor invaden nuestra alma.

Ya no tenemos nada que buscar

–harto está el corazón–, vacío el mundo.

 

De un modo misterioso e infinito,

un dulce escalofrío nos anega,

como si de profundas lejanías

llegara el eco de nuestra tristeza:

¿Será que los amados nos recuerdan

y nos mandan su aliento de añoranza?

 

Bajemos a encontrar la dulce Amada,

a Jesús, el Amado,descendamos. 

No temáis ya: el crepúsculo florece

para todos los que aman, para los afligidos.

Un sueño rompe nuestras ataduras

y nos sumerge en el seno del Padre.

 

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