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Safo

 

Safo (s. VII a.C.) dedicó su vida a instruir a las jóvenes en la música, la poesía y el baile. En los escasos fragmentos que han llegado hasta nosotros, canta insistentemente la belleza y el amor en todos sus matices: melancólico, dulce, alegre, fugitivo, doloroso... La poetisa, a veces tierna y dulce, otras audaz y apasionada, asombra siempre por la naturalidad de su lenguaje y por la ausencia de todo artificio retórico.

 

Alceo, un poeta contemporáneo y de su misma ciudad, la llama: «Safo divina, de sonrisa de miel y cabello de violetas...». Según se desprende de sus versos, Safo estuvo casada, tuvo una hija «bella como las flores de oro» y llegó a la ancianidad. En alguno de sus poemas la poetisa se retrata con los cabellos ya encanecidos y sosteniéndose difícilmente sobre las rodillas, pero manteniendo vivos sus gustos e ilusiones juveniles: su afición a las joyas y vestidos, su atracción por las flores y su inclinación al amor: «Eros ha quebrado mi alma, cual hace el viento con las encinas del monte al acometerlas...», «Eros, que descoyunta los miembros, de nuevo me agita, invencible fiera agridulce...».

 

Según otra leyenda menos fiable, Safo habría sido una mujer más bien fea («pequeña y negra» se llama a sí misma en uno de sus poemas) que, enamorada locamente de un joven que no la corresponde, se habría suicidado arrojándose por un precipicio. Sea como fuere, nadie en la antigüedad ha cantado, como ella, la vida, la juventud, la belleza y el amor.

 

 

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