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El tratamiento de la historia

 

 

En principio, cuando Mendoza forja La ciudad de los prodigios, su intención fue abarcar un período de tiempo mucho mayor del finalmente elegido: desde comienzos del XIX hasta la Guerra Civil Española. Pero cambió de parecer, pues prevaleció  la idea de que un solo personaje ejerciera de hilo conductor de la historia;con este fin  recorto, por tanto, el período inicial por demasiado extenso, y lo limitó al marco 1888-1929. 

 

Según Eduardo Mendoza:

"La Barcelona que yo describo me la invento. Hay una serie de cosas que quiero contar y meter en este espacio: a veces, la propia historia de Barcelona ya me sirve. Y cuando no existe el suceso que me interesa, lo incluyo. En cambio, otros hechos muy importantes para la historia de la ciudad, si no me son útiles para la narración, me los salto. La ciudad de los prodigios es en este sentido un ejemplo de desfachatez, porque la Semana Trágica me la liquido en una página, y en cambio dedico nueve a escribir unas cosas que nunca sucedieron. A pesar de todo, es una Barcelona que si no es así podría haber sido así "(Ribas; Vila, 1988: 55).

 

Es decir, en este caso, el autor está afirmando con meridiana claridad que el marco histórico no es solo eso, un mero marco en el que se encuadran los acontecimientos de la ficción; el marco encierra ficción y encierra asimismo la propia realidad histórica, que es utilizada por Mendoza como parte de la trama argumental.

 

Todo lo cual se comprueba apuntando las tresiguientes razones :

 

  • Primero, porque la acción de la novela encuentra su sentido solo en este contexto, pues si Onofre Bouvila no hubiera comenzado su carrera repartiendo panfletos anarquistas en las obras de la Exposición Universal, si no se hubiera aprovechado de un momento de inestabilidad social en una época caótica, si no hubiera especulado en el ensanche de Barcelona o si no hubiera vendido armas en la Primera Guerra Mundial, no se habría convertido en un prohombre de la sociedad catalana.

 

  • Segundo, porque de nuevo el marco histórico corre paralelo a la estancia del protagonista en la ciudad, es decir, al hilo argumental; no olvidemos que la novela empieza con la llegada de Onofre Bouvila en 1887, en vísperas de la primera exposición y termina con su marcha en 1929 el día de la inauguración de la segunda. (De esta afirmación se desprende, sin embargo, un matiz que no se percibía en la anterior: mientras en La ciudad las fechas elegidas se justifican con un acontecimiento histórico concreto y reiterante -la celebración de un exposición universal-. Así lo manifiesta en una entrevista sostenida con Ángel Sánchez Harguindey en el diario El País en mayo de 1986 (Sanchez Harguindey, 1986: 6).

 

 

  •  Y tercero, porque ahora el autor repite constantemente el recurso de ficcionalizar la historia, convirtiendo a seres reales en personajes novelescos. Así,  Onofre Bouvila se relaciona con mayor o menor intensidad con un sinfín de personajes que van desde Primo de Rivera: «Primo no es mal hombre, pero es un poco tonto y como todos los tontos, suspicaz y timorato» (Mendoza, 1988: 317); hasta el mítico Rasputin: «[...] le sobresaltó la voz profunda de su vecino de mesa [...] era un hombre de unos cuarenta años alto y delgado, de facciones rudas, campesinas, no desagradables. [...] Luego supo que se llamaba Gregori Yefremovich Rasputin» (Mendoza, 1988: 246).

 

Como afirma Herráez, en La ciudad, hay que hablar de «representación de la historia y no de constatación de la historicidad de unos sucesos»  y asegura que en ella «lo real-histórico-verdadero se incrusta en el circuito de la ficción» (Herráez, 1998: 81). Al hilo de esta afirmación pero en un vuelta más de tuerca, ahora Mendoza introduce a menudo digresiones sobre estos personajes históricos (digresiones que antes o después se acaban enlazando con la trama), a través de las cuales juega con el rigor científico y, de paso, pone a prueba la sabiduría del lector, que desconoce si lo dicho es o no cierto.

 

Sirva como ejemplo esta rivalidad entre Mata Hari y Sarah Bernhardt:

En 1906 había debutado en un teatro de variedades de París una bailarina [...] era holandesa y se llamaba Margaretha Geertruida Zelle, pero [...] había adoptado el nombre de Mata Hari. Como todas las bailarinas de su género, recibía muchas proposiciones, pero ninguna tan singular como la que le hizo un caballero una noche de verano del año 1907. [...] Represento al gobierno alemán, susurró, y quiero proponerle que se haga usted espía. Esta conversación llegó en seguida a conocimiento de los servicios de inteligencia inglés, francés y norteamericano. La fama de Mata Hari como espía rebasó pronto su fama como bailarina, le llovieron contratos de todo el mundo y su cotización llegó a sobrepasar la de Sarah Bernhardt, cosa que habría resultado impensable unos años atrás. La rivalidad entre ambas divas fue durante mucho tiempo la comidilla del todo París. Asi, cuando en 1915 hubo de serle amputada una pierna a Sarah Bernhardt, se dijo que ésta había exclamado: Ahora por fin podrá bailar con tanta gracia como Mata Hari (Mendoza, 1988: 284-285).

 

Siguiendo este patrón, se alude igualmente a Pablo Picasso, Antonio Gaudi, Sissi Emperatriz, los elefantes del Aníbal, actrices, reyes, deportistas, espías, políticos, papas, emperadores y toreros, además de santos que desfilan por las páginas de La ciudad de los prodigios y se enlazan  con la trama de la obra o directamente con Bouvila se relacionan de un modo u otro, de forma más o menos cercana, se nombra a Cánovas del Castillo, el príncipe Nicolás I de Montenegro, el boxeador Anders Sen, el Papa León XIII, el torero Lagartijo, además de Santa Leocracia, San Restituto, Santa Leocadia, Santa Quiteria, San Ezequiel, Santa Lucía, Santa Eulalia y algunos otros santos que nos quedan en el tintero, un largo etcétera que daría para unas cuantas páginas más. Con ello se demuestra lo que el propio autor había afirmado: que en La ciudad quiso manejar la historia a su manera, alargándola y contrayéndola, citándola y eludiéndola, lo que provoca que resulte casi imposible separar los elementos reales de los que son pura ficción.

 

 

http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce32-33/cauce_32-33_018.pdf

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